El Callejón del Cabo Piña o del Congreso

Entre los nombres de personajes que titulan la ciudad, los que existen y los que existieron, hay uno que siempre llamó mi atención cuando lo vi nombrar. “El callejón del Cabo Piña” (Calle 57 A entre 58 y 60).

En lo que ahora es el Callejón, existió parte del Colegio Jesuita de San Francisco Javier construido en el siglo XVIII el cual ocupaba lo que ahora es el Parque Morelos o de la Madre, el Teatro Peón Contreras y El Palacio de la Música; de aquel complejo sobrevive el Aula Magna (antiguo Congreso del Estado), el Templo conocido como Tercera Orden y la Sacristía en la que ahora funciona la Pinacoteca del Estado.

Entre acusaciones de conspiración en contra de la corona española, el rey Carlos III expulso a la orden de San Ignacio de Loyola en 1767, dejando el Colegio en el abandono. Según apunta Gonzalo Cámara Zavala cuando gobernaba Yucatán Benito Pérez de Valdelomar (1800 -1810), además de abrir la calle 50 al demoler el cerro del Imposible, se empeño en abrir la calle en los terrenos jesuitas.

“y no veía que se ha abierto la calle y me acerqué ayer tarde a ver y hallé que lo que menos se ha trabajado ha sido en eso” escribió el gobernador a Pedro José de Guzmán en febrero de 1808. Cámara Zavala no da con la fecha exacta de apertura de la calle, pero señala que para 1828 ya existe documentación en la que se menciona como “Calle Nueva del Augusto Congreso”. El mismo autor señala que el interés práctico de abrir esta calle pudiera ser la conveniencia que tenía para el citado Pedro José de Guzmán, pues con la apertura se tendría acceso directo a las piezas del sur del entonces Teatro de San Carlos, propiedad de Guzmán. [1]

Un testimonio más antiguo se encuentra en la puerta del edificio que por muchos años fue el Congreso del Estado, se trata de una placa que dicta:

RECUERDO HALAGÜEÑO AL MEMORABLE 15 DE SEPTIEMBRE DE 1821 POR LA PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA. DULCE MEMORIAL AL 29 DE MAYO DE 1823 POR EL GRITO REPUBLICANO. GRATA SATISFACCIÓN AL 20 DE AGOSTO POR LA INSTALACION DEL AUGUSTO CONGRESO CONSTITUYENTE Y LOOR ETERNO AL INVENTOR DE ESTA: CALLE DEL CONGRESO. (transcripción sin abreviaciones).

Aquel año, 1823, llegaron los legisladores a esta calle nueva para instalarse en lo que había sido el aula magna del colegio jesuita. Fue testigo de los años más convulsos de la vida política de nuestro estado que solo alcanzó algo de estabilidad con la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia de la República tras el triunfo del Plan de Tuxtepec de 1876. “El Héroe de la Paz” supo alternar exitosamente a las camarillas que aspiraban a hacerse con los principales cargos del estado.

Entre las muestras de simpatía al General Díaz, el 5 de mayo de 1877 el ayuntamiento de Mérida dispuso en la nueva nomenclatura de la ciudad, bautizar la hoy calle 59 con el nombre de “Porfirio Díaz”, el cual mantuvo hasta la llegada del revolucionario Salvador Alvarado.

Aquel mismo decreto cambiaba la nomenclatura los principales espacios públicos de Mérida. Intentaba desarraigar el valor religioso a calles y plazas bautizándoles con el nombre de personajes civiles. Entre aquellos nombres, se impuso a la Calle del Congreso el nombre de “Cabo Piña”, así sin nombre ni otra referencia ¿Quién es el tal Piña?

Desde 1847, la población blanca heredera de la élite colonial se enfrentó a la sublevación del oprimido pueblo maya, “La Guerra de Castas”. La prolongada contienda dio a ambos bandos personajes que por su entereza se convirtieron en héroes para uno u otro bando. La ciudad de Mérida se convirtió en memorial de los veteranos que luchaban por “la civilización”, mientras que para reconocer a los personajes del bando de los sublevados como Jacinto Pat y Cecilio Chi, tendrían que pasar más de cien años.

Los coroneles Sebastián Molas y Eulogio Rosado recibieron un monumento en 1877 y 1883 respectivamente, mientras que otros militares recibieron el título de beneméritos. Personajes como el general Sebastián López de Llergo, coronel José Dolores Pasos, Tomas Peniche Gutiérrez, José Dolores Zetina entre otros tantos que hoy han sido olvidados tuvieron el agradecimiento del gobierno del estado por su lucha por las “civilización”.

Pues bien, el cabo Piña cae en esta lista. En el año de 1866, cuando Yucatán se encontraba bajo el Segundo Imperio de Maximiliano y siendo comisario imperial Domingo Bureau ocurrió una de las muchas batallas de la extensa Guerra de Castas. Por orden del recién nombrado Francisco G. Casanova, el teniente coronel Daniel Traconis dirigió el batallón a su mando al poblado fronterizo de Tihosuco que constantemente era amenazado por los sublevados de Chan Santa Cruz. El 3 de agosto de 1866 los mayas sitiaron el poblado.

Callejón del Congreso conocido también como del Cabo Piña

El coronel Traconis resistió mientras esperaba el auxilio del general Felipe Navarrete, establecido en la población de Mahas donde también se incorporaron las fuerzas del General Francisco Cantón a quienes se les sumaron otros militares, aunque aún no podían abrirse para liberar a los sitiados.

Juan Francisco Molina Solis apunta sobre el personaje en cuestión “Es de recordar que un hombre intrépido y sagaz, el cabo Piña, había logrado atravesar la línea de los sitiadores e internarse en Tihosuco, donde con sus palabras fogosas había afirmado la seguridad de pronto socorro”.[2]

Cabo, en términos generales, refiere al inmediato superior del soldado, pero aún muy debajo de la alta jerarquía militar.

Luis Ramírez Aznar escribe sobre el papel del cabo en Tihosuco: “Aquel valiente y hábil mensajero, que entraba y salía de Tihosuco durante esos cincuenta días fatales sin ser visto por los astutos indígenas jugó un papel muy singular en esa jornada sobre todo, por haber mantenido con sus idas y vueltas la ecuanimidad y el optimismo de las asediadas tropas.”[3]

Y es que, según el mismo autor, la situación de los sitiados durante esos días fue desesperada “tuvieron que comer carnes de caballos, mulas y perros para sobrevivir”. El 15 de septiembre del mismo año, las tropas de Teodosio Canto y Feliciano Padilla iniciaron el ataque que logró romper el sitio sorprendiendo a los sublevados mayas por la retaguardia, lo que terminó el sitio del poblado el 23 de septiembre. La resistencia indígena tuvo que escapar a Chan Santa Cruz.

Cuando entraron al poblado se encontraron con la dramática escena de los sitiados que apenas habían sobrevivido. Las fuerzas del segundo imperio capitalizaron esta victoria al señalarse como los posibles pacificadores de la península.

Las tropas defensoras hicieron entrada triunfal a Mérida, fueron recibidos con gran entusiasmo el 18 de octubre con vivas “¡Vivan los héroes de Tihosuco!” “Viva Padilla” “Viva Canto” mientras desfilaban por la Plaza Principal de la Ciudad.[4] Las celebraciones incluyeron un gran banquete en la antigua Alameda. El 4 de aquel mes, había llegado a la capital Traconis en medio de celebraciones,  la niña de ocho años Genoveva Solis Gutiérrez le leyó al sobreviviente una composición de la que apuntamos este fragmento:

Dejasteis al salvaje ya vencido
Con solo vuestra noble bizarría.
Mi tierno corazón tan solo ansía.
Mostrarse con placer agradecido.

Escuchad en el canto de la niña
Los votos tiernos que con voz sencilla,
Dirigiese a Traconis, a Padilla
Y al bizarro campeón, el cabo Piña.[5]

¿Qué pasó entonces con el “humilde cabo Piña”? Según el mismo Ramírez el destino de nuestro personaje fue trágico pues durante la lucha entre republicanos e imperiales ocurridas el año siguiente a Tihosuco, el cabo que estaba enlistado en el segundo bando fue aprendido y fusilado como cualquier enemigo de la república. Un caso triste si consideramos que muchos imperialistas miembros de la élite lograron obtener el perdón e incluso siguieron formando parte de la vida política de Yucatán, suerte que no corrió este militar del cual ni siquiera conocemos su nombre.

Para honrar la memoria de aquel casi anónimo «héroe», fue que en el marco de la nueva nomenclatura dictada en 1877 antes mencionada se designó al callejón del Congreso como “Cabo Piña”. Y mantuvo este nombre por muchos años. En 1906 aparece el callejón con aquel nombre mencionado como sitio de parada según el reglamento de carruajes. Año en el que también se vio caminar a Porfirio Díaz rumbo al Congreso.

La revolución en Yucatán enfrentó a la ciudad a un cambio en la nomenclatura, arrancándole la relación con las élites que detentaron el poder durante el porfiriato, así como borró del panorama de beneméritos a aquellos que habían combatido al pueblo maya incluido el cabo Piña. Únicamente sobrevivió institucionalmente la memoria del general Cepeda Peraza resultado de ser fundador del Instituto Literario.

El movimiento socialista yucateco colocó en la puerta del edificio del congreso justo debajo de la lápida antes transcrita otra y en la que se menciona la reposición de esta y pensando que con esto la intención era recuperar el nombre original.

RESPUESTA EL 20 DE AGOSTO DE 1923, EN EL CALLEJÓN DEL CONGRESO, POR ACUERDO DE LA LEGISLATURA SOCIALISTA DEL ESTADO DE YUCATÁN.

En 1981 los legisladores abandonaron el aula jesuita y se trasladaron al nuevo edificio del Congreso construido al costado oriente de la misma manzana. A finales de 2015 aquel y nuestros legisladores abandonaron el corazón del Estado para situarse en una ubicación mucho menos accesible para la gran mayoría de sus representados.

Actualmente el injustificable Palacio de la Música se asoma sobre aquel callejón sin que haya, que yo recuerde, alguna mención relativa a la titulación de este ahora que las leyes que nos rigen ya no se discuten por aquí.

Bibliografía.

[1] Cámara Zavala, Gonzalo. El Teatro Peón Contreras

[2] Molina Solis, Juan Francisco. Historia de Yucatán desde la independencia de España: hasta la época actual. Talleres gráficos de la Revista de Yucatán (1921)

[3] Novedades Yucatán, 20 de marzo de 1983.

[4] La sociedad, periódico político y literario. Viernes 19 de octubre de 1866. Pág. 2

[5] Oración Patriótica que la ciudad de Mérida consagra a la valiente guarnición de Tihosuco (1866)

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1 Comment

  1. Es muy interesante y hermoso conocer cada espacio y lugar que deja memorables recuerdos para la futura generaciones. Y que se sientan orgullosos de sus raíces culturales.

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