Mérida, la ciudad que bajó de los cerros

Renan Irigoyen Rosado (1975)

Cinco grandes cerros, levantados piedra a piedra por la mano del hombre maya, rompían la llanura y quebraban la perspectiva en el horizonte de la antigua Ichcaanzihó.

Sobre el mayor de ellos provisto de más grandes edificios por ser el santuario principal, se aposentó con sus huestes Francisco de Montejo, el mozo, durante un año, antes de funda la ciudad española que cortaría la secuencia de la antigua población indígena.

Se estableció la nueva ciudad, y el centro de la urbe se planificó en torno al grande cerro Backluumchaan llamado.

Escogióse para asiento de la ciudad los radios que hacían contorno al cerro mayor y entre las distancias que mediaban de peste y los otros hacía el oriente. Pero había razones. Narra Cogolludo:

“Tratóse luego de poner toda solicitud en dar principio a la traza de la fundación material de la ciudad y que se edificasen viviendas en la mejor forma que fuese posible, y escogióse el sitio en contorno al mismo cerro, donde habían estado de real, por ser llano y porque la multitud de piedra movediza, que en él y otros cercanos había en gran cantidad para obrar, y ahorro a los indios de trabajo. Entre aquel cerro y otro como él, hecho a mano, que está a la parte conquistadores Marín de Palomar en la “Relación de Mérida”;

“Está asentada esta ciudad en sitio llano, alegre y bien proporcionado de buenas calles y casas de cal y canto y tiene dos plazas, y en la mayor a la parte del oriente, está fundada la catedral y a la parte norte están las casas reales en que viven los gobernadores;  a la del sur, las casas de don Francisco de Montejo el capitán general, y al poniente está un cerro de piedras muy grandes en el que antiguamente había un oráculo donde los indios sacrificaban, y de este cerro se toma piedra para edificar la iglesia catedral y para los edificios y casas de los vecinos”.

Era Mérida una nueva y pequeña ciudad, insalubre y desorganizada, en la que sólo imponía la presencia de los abandonados, enormes templos mayas, que opacaban con su grandeza el esfuerzo tenaz de los conquistadores. Constataba aproximadamente de veinte manzanas, incluyendo las plazas. Además de la populosa población indígena de las afueras, la urbe preparó habitaciones para cien vecinos españoles de un cuarto de manzana en lotificación de los solares.

Para la planificación de la ciudad se había cumplido la recomendación del rey Carlos V a todos los colonizadores de las nuevas tierras de América, que fundasen urbes rectangulares que tuvieran como centro un cuadro destinado a la plaza principal, ubicando allí la iglesia “y en lo demás lo que hubiera menester”.

Al año justo de la fundación se comenzó a demoler el cerro central que un año sirvió de fortaleza y habitaciones al joven Montejo y a sus oficiales. Con el abundante material, rico en piedras, se construyeron los muros, las primeras casas solariegas, la cimentación de la Catedral. Con el polvo y la piedra pequeña se nivelaron pisos y calles.

La plaza grande de Mérida fue el centro de interés y de reunión de la población española durante varias centurias. Sólo la circundaban tres calles, porque el lado poniente lo rebasaba la plataforma del cerro.

Hacia 1561 inicióse la edificación de la Catedral y ya casi terminaba en 1598. En 1549 habíase terminado la Casa de Montejo; el Monasterio de las monjas Concepcionistas fue inaugurado en 1596, El Palacio Episcopal, fue la sede del obispado comenzóse a edificar en 1580; ya existían las Casas Reales sin fecha precisa de su erección.

En el lado oriente de la ciudad, por donde sale el sol, se encontraba otro de los grandes cerros mayas de la antigua Thó, como también se llamaba el poblado en la dulce lengua de Zamná. Allí se cogió multitud de piedras para edificaciones y cuando se rebajó lo suficiente en él se instaló el antiguo convento de San Francisco en 1547.

La colocación de los viejos, majestuosos cerros, determinó el primer crecimiento de la ciudad, rumbo al oriente. De la plaza hacia el convento de San Francisco y de allí a San Cristóbal, donde culminaba el último cerro de ese lado. Allí se construyeron las casas del Mérida viejo hasta que nuevas normas de urbanización la proyectaron hacía el norte.

Todavía en 1657, año en que fue redactada la Historia de Yucatán por Fray Diego López de Cogolludo, se describía así la plaza principal:

“Lo material de la ciudad de Mérida está fabricado con todo cuidado, las calles muy capaces, tiradas a cordel, derechas de oriente accidente, divididas en cuadras por igual que hacen calles, asimismo derechas de norte a sur. En medio de ellas está la plaza mayor que tiene de oriente a occidente a ciento noventa pies geométricos, y de norte a sur otros tantos. Entrase a ella por ocho calles derechas, dos al oriente, dos al poniente, dos al norte y dos al sur, igualmente proporcionadas. La santa iglesia catedral le hace frente al poniente, las casas reales que llaman donde viven los gobernadores están a la parte norte y les hace frente a la banda sur: las que fabricó para sí el adelantado Francisco de Montejo con una portada muy vistosa que la fábrica de ella costó catorce mil pesos. Tendrá la ciudad cuatrocientos vecinos españoles”.

No existen más edificios porque por juiciosas razones políticas “no apresuraban fábricas materiales a la ciudad por no exagerar luego a los indios amigos con el trabajo, ni endurecer el ánimo de los que no lo eran”.

Los cerros mayas antes enhiestos comenzaron a declinar. Rebajaban a medida que crecía y se erguía la nueva ciudad española. Sólo uno mantuvo su majestad hasta las postrimerías de la colonia. Allí se conserva hoy una placa con la leyenda: “Esquina del Imposible y se venció”. Porque los medios mecánicos ya habían progresado para la obtención de materiales y resultaba más práctico extraerlos cerca de las edificaciones que transportarlos desde el viejo cerro.

Pero lentamente, durante más de un siglo, la ciudad descendió con parte del material de sus casas, muros, cimientos, edificios y calles, de los viejos e imponentes cerros con que desapareció Ichcaanzihó.

cerros

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