Crónica del Carnaval de Mérida en 1895

 

Fue lo que no todos esperaban: un gran carnaval.

Un gran carnaval en plena crisis; cuando muchas fortunas grandes y chicas han sufrido graves deterioros por su base, y las transacciones mercantiles debido a la depreciación de nuestra principal fuente de riqueza se resiente lastimosamente. Mas animación, más entusiasmo, más espíritu carnavalesco se notó en todas las diversiones. Y es que los ánimos abrumados por la situación se sacudieron, se sublevaron y quisieron mitigar sus tribulaciones con un voluntario olvido: abrieron un paréntesis de cuatro días, durante ellos no se dio paso más que al placer, al bullicio, a la locura de Momo, desbordada en las comparsas en las estudiantinas, en los paseos, en los bailes.

Ya todo paso, pero ¿Quién no se acordará del último carnaval?

Hacía muchos años que no teníamos, y vaya como ejemplo: un Bando como el de la Unión. ¡Qué preciosas alegorías desfilaron en los paseos! Y alternando con ella, que risibles bufonadas. El Bando de La Unión se volvió la fiesta de Mérida el sábado en la tarde: toda la población estaba condensada en las calles por donde debía pasar la inmensa procesión de carros y carruajes. Los primeros eran saludados con hurras y bravos. ¡Estaban tan primorosos!

“Carro de la Industria” vimos a la señorita María Mendoza, a la señorita Lavalle, a la señorita Buenfil y a la señorita Albert representando primorosas abejas en sus caprichosos trajes. Iban precediendo a un colmenar de artística forma cómica a cuyo rededor revoloteaban esos insectos símbolo de la laboriosidad incansable ¡Muy ingeniosa alegoría!

Llamó también la atención por su suntuosidad y elegancia, el carro sobre que se destacaban arrogantes y bellas, entre nubes de blanquísimas gazas, la señorita Peón Cisneros. Fue saludado con aplausos el artístico carro en varios lugares del paseo.

Carnavales a principios del siglo XX.
Carnavales a finales del siglo XIX.

Otro carro que también fue del agrado de todos por lo caprichoso y bien combinado fue el que representaba las siete cabrillas. Las siete estrellas, por su belleza deslumbradora, que derramaban los furgones de su mirada; fueron las señoritas Domínguez Rendón, Sauri Cetina, Ávila R, Pacheco Zetina y Fuentes V.

¡Que carro más bonito en el que seis de nuestras admiradas beldades vestidas de cadetes, conducían el pabellón de la Unión! Fueron ellas las señoritas Esther Cepeda, la señorita Gutiérrez Suarez, la señorita Pacheco Zetina y la señorita Cervera Yturrarán.

Salieron vestidas de campesinas, caprichosamente ataviadas en un carro repleto de hortaliza, las señoritas Sauri.

El famoso carro que representaba un árbol genealógico que entraña una crítica de mucha mostaza, ya hemos hablado en su oportunidad

Tuvo este carro la fortuna de ser simbólico hasta en eso de romperse que dijimos en el último anterior.  Y por último, carro de la Emperatriz Tachona, encabezando el Bando, presidia la fiesta leyéndose en él, el decreto del carnaval. Las frases de Tachona, y esto significa el éxito que tuvo, anda ya en boca entre el pueblo.

No debemos olvidar en esta ligera crónica, el carro que representaba a la Familia Bell y Pirriplin en una escena de la Pantomima Acuática, ni de los Gemelos, ni el del Sucesos de Tachona brotando de un huevo.

Todo esto es lo bufo, pero ´precisamente es lo carnavalesco, lo adecuado. Hacía falta.

A lo relacionado a grandes rasgos debemos añadir una fila de dos o trescientos carruajes ocupados por bellísimas señoritas para dar una idea vaga del Bando de la Unión que con la Batalla de Flores, fiesta que organiza la entusiasta sociedad Liceo de Mérida, fueron lo más notable de este Carnaval.

La Batalla de Flores viene como a abrir con broche de oro el ultimo día de Carnaval. Recorrió este año la avenida comprendida entre la Plaza de San Juan y la tercera Calle de Peniche Gutiérrez, unas ocho cuadras en junto trayecto mucho mayor que el de años anteriores, lo que prueba que esta fiesta se va popularizando y conquistando la simpatía de nuestra buena sociedad. Es en efecto un espectáculo culto y hermoso: es una nota saliente en el concierto del Carnaval.  Habrá tomado parte en una batalla unos doscientos carruajes.

Entre estos, el que representaba una Góndola forrada con tela lustrosa y nítida en cuyo centro se elevaba un trono de marfil sobre el que Cachita Martínez de Arredondo se destacaba elegantemente vestida, teniendo a sus pies a su hermana Gertrudis y a las bellas señoritas Solís Peraza; y el que licua un elegante Kiosco con jardín y fuente de que brotaba agua cristalina que se desgranaba en perlas sobre las flores, en el que iban las señoras de Casares Escudero y de Font Hube, llamaron principalmente la atención.

El jurado les acordó el Primer Premio que por suerte cupo a este último, habiendo el Liceo concedido al primero el honor de llevar el Pabellón de la Sociedad, en señal de triunfo durante el paseo.

Obtuvo el segundo premio el Carro que representaba una Casa de Campo habitada por las familias Ponce y Ponce Cámara. Estaba artístico, de muy buen gusto.

Llamaron también la atención la “Canastilla de Confites” en que se iban las graciosas señoritas Ibarra, señora Ibarra de Peón: las señoritas Améndola y señora Améndola de Ramos: el carro de las flores en que muy propiamente estaban representados la azucena, el polmerón, la Francia, etc. Por la señora Peón de Arrigunaga y Peón de Regil y señoritas Ana de Regil y Mercedes Aznar G. Gutiérrez: y por último, el carro que representaba un “Nido de Pájaros”, caprichosisimo, en que las señoritas Guadalupe y María Espinoza Duarte y Menza Duarte hacían temer por un incendio de aquella paja de colores con que estaban envueltas y sobre la que vibraran los rayos olímpicos de sus miradas.

Muchos otros carros se nos escaparan seguro, pues muchos más son dignos de mención: pero lo que no se nos puede escapar es que el aspecto general de la Batalla visto desde una altura, era preciosismo, centenares de brazos blancos, torneados, se agitaban para arrojar al enemigo de un carruaje a otro una descarga de flores, de confites o de estrellas de colores, todo esto en medio de las exclamaciones del público, de las notas alegres de muchas músicas, de los aplausos y hurras de los espectadores. ¿Qué tenía la multitud? Estaba ebria de placer, estaba pasando por un fabricante somnolencia de felicidad.

Ya pasó todo y sobre el largo palenque de la lisa, se ven aun como despojos ensangrentados, pétalos rojos, cruelmente destrozados por manos de diosas.

De los bailes ¿Qué diremos? Dos sociedades populares y dos sociedades elegantes han dirigido las fiestas de Terpsícore. Los bailes del liceo han estado como siempre dignos de la cultura de dicha sociedad.

Los bailes de las populares asociaciones de artesanos La Recreativa Popular y Paz y Unión, también correspondieron dignamente al buen nombre de nuestra benemérita clase obrera.

Los bailes de la Unión fueron el centro, el foco carnavalesco: ahí centenares de mascaritas parladoras como gorriones traviesos, derramando la sal de sus artes y subyugando con el encanto de lo misterioso: allí una orquesta de las mejores combinadas, dejando oír alegres notas: allí la ingenuidad, la simpatía, la fraternidad uniendo en un abrazo a todos. Así estuvieron de lucidos los bailes de esta distinguida sociedad. Lo que más fue del agrado de las damas que honoraron los salones de la Unión, fue el Ambigú con que fueron obsequiadas, no precisamente porque en el procuro la sociedad ser todo lo esplendida que podía sino porque la junta directiva y una respetable y numerosa comisión de socios caracterizados, se encargaron de servir con exquisita amabilidad a las damas, a todas y a cada una de las damas.

El ambigú, además, ocupaba un sitio poéticamente preparado: tenía un todo, el cielo azul estrellado y el follaje de los arbole desde el cual abrían sus pupilas incandescentes cuatro focos de luz electica y parpadeaban melancólicas luminarias chineases de colores.

No debemos pasar por alto el importante contingente que llevaron al Carnaval la Estudiantina de primorosas e inteligentes niñas dirigidas por el joven artista Sr. Quevedo: ni la otra estudiantina a cuya cabeza estuvo el popular Chan Cil, ni las fiestas y regocijos del Club “Anarquista”, club de solterones incorregibles que revolvieron aquí y acullá comunicando a todos su buen humor.

En fin que justamente podemos felicitarnos del último Carnaval que a pesar de los pesares que a muchos afligen, ha sido uno de los más animados de algunos años a hoy.

Publicado en Yikal Maya Than (1949)

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